jueves, 31 de octubre de 2013

Las dos caras de Peter Pan

El país de «Nuncajamás» no es sino la representación de todos los mundos fantásticos que niños de todas las generaciones reviven en su más temprana infancia. Y ese mundo será real mientras permanezcamos dentro de él. Mientras creamos ciertamente que los piratas vienen a por nosotros; que con el polvo de hada podemos elevarnos del suelo y luchar desde el aire y esquivar las balas de cañón. Es ese mundo de la infancia.

Pero hay dos visiones de esa edad pueril: una inocente, ingenua e inofensiva; otra oscura, compleja y reflexiva. Supongo que no hará falta decir cuál pertenece a la novela y cuál a la famosa película de animación de Disney… Estrenada el 5 de Febrero de 1953, la película fue un éxito de crítica y público. Walt Disney encargó el proyecto del guion a Milt Banta, guionista de «Alicia en País de las Maravillas» y, posteriormente, de «La Bella Durmiente». El texto era bastante extenso así que se limitó a seleccionar las escenas fundamentales.

Como ya dije la adaptación cinematográfica suaviza y a veces elimina las escenas que pudieran ser polémicas o demasiado oscuras para el público eminentemente familiar al que iba dirigido. El arranque de la historia es básicamente idéntico. No escamotean ningún personaje salvo la doncella, figura muy secundaria en la novela. Pero sí hay una diferencia importante. En la película, Wendy cuenta a Peter que al día siguiente crecerá porque será desplazada del cuarto de los niños, donde duerme ahora, a un cuarto para ella sola, como hacen los mayores. Cuando lo oye de inmediato quiere llevarla consigo para viajar al país de «Nunca Jamás» antes de que crezca y ya no pueda volver. En la novela, Peter persuade a Wendy para que se vaya con él diciéndole las maravillas de «Nunca Jamás» egoístamente -de hecho la arrastra hacia la ventana- sin importarle siquiera si podrá volver a casa o los peligros que pueda correr, solo interesado en los cuentos que podrá contarle. Pero este cambio obedece más a la obligada adaptación a la hora de pasar de un código narrativo a otro que a razones más moralistas o comerciales. Después de esta escena sí que el guionista aprovecha la descripción de la isla y de los piratas -incluyendo al Capitán Garfio- para incluir situaciones cómicas a modo de gags -como el afeitado de la gaviota o al pirata que disparan- que servirán para suavizar y eliminar cualquier elemento oscuro de la historia original. Más importante es, en mi opinión, la eliminación de ciertos elementos en la llegada de Wendy, sus hermanos, Peter Pan y Campanilla a «Nunca Jamás». Cuando todos se acercan volando hacia la isla, Campanilla despista a Wendy y la separa del grupo. Entonces va en busca de los niños perdidos y les convence de que Wendy es en realidad un gran pájaro blanco y de que Peter Pan les ordena que lo derriben y maten. Y es del más ingenuo e inocente de ellos del que se aprovecha Campanilla (Simplón o Lelo según las distintas versiones en castellano, Tootles en el original- algo así como el que es o se mueve con mucha pausa o tranquilidad-) para que dispare con su flecha a Wendy. Esta alcanza su objetivo y Wendy cae al suelo. Lo que es una acción terrible, y a punto de ser trágica de no ser por el colgante que lleva al cuello Wendy donde se le clava la flecha (una bellota que le dio Peter creyendo que era un beso), se convierte en mera travesura en la película. En ella tan solo le tiran piedras y flechas de madera que le hacen caer a pesar de no darle ninguna. Y otra diferencia fundamental es la conclusión de esta escena. En la película Peter Pan recoge en sus brazos a Wendy y baja con ella suavemente hasta el suelo, rodeándoles los niños perdidos con alboroto. En la novela Wendy cae al suelo y los niños perdidos la rodean creyéndola muerta. Simplón entonces se estremece, aterrorizado por Peter Pan, al comprobar que no es un pájaro sino una muchacha. Es en ese momento cuando llega Peter Pan y al creer también él que ha caído muerta al suelo, arranca la flecha y se revuelve contra quién la disparó, dispuesto a clavársela sin ninguna compasión. Pero Wendy le sujeta la mano y se lo impide, descubriendo todos que ella está bien. Los indios forman parte fundamental de la siguiente escena. Esta no existe en la historia original, si no que fue añadida por el guionista para sustituir la batalla que sucede en el lago de las sirenas en la novela. Después de que los indios hayan atrapado a Juan y Miguel y a los niños perdidos, los llevan a su campamento y los atan juntos en el tótem. En realidad es un simple juego inofensivo en el que se atrapan unos a otros para luego soltarse. Pero esta vez ha desaparecido Tigridia y no los soltarán hasta que les digan donde se encuentra. Será por supuesto Peter el que solucionará el entuerto cuando llegue con Wendy y Tigridia al campamento después de haberla salvado en el lago de las sirenas. Los indios ya no volverán a aparecer más a pesar de la importancia que sí tienen en la novela. Quizás sea por la ambigüedad que representan pues son un grupo al margen, independientes, que solo les une a Peter y los niños su odio a los piratas. Pero más bien me inclino que sea por meras cuestiones prácticas y que si les hiciera cobrar un mayor protagonismo el metraje sería demasiado largo. Una curiosidad -o más bien una actitud marcadamente machista- en esta escena. Cuando todos bailan alrededor del fuego una mujer india detiene a Wendy y le dice que ella no puede bailar con el resto pues, como mujer, debe limpiar y traer leña al campamento. Lo más sorprendente es que, aunque a regañadientes, lo hace en primera instancia -la segunda vez que se lo dice se marchará airada. Es un signo de la moral de la época -recordemos que es 1953- pero bastante significativo para ver cómo se marcaban los estereotipos de mujer. Sucede entremedias de esta escena un cambio importante con respecto a la versión literaria. Para descubrir el escondite de Peter Pan, el Capitán Garfio consigue engañar a Campanilla convenciéndola de que se llevará con ellos a Wendy para así tener a Peter para ella sola. Esta escena no existe en el libro. Campanilla no es engañada, los piratas descubren el escondite por ellos mismos de casualidad al sentarse sobre la chimenea del árbol. Por tanto, con este cambio lo que el guionista y los directores querían era marcar el carácter malvado de Garfio y redimir a Campanilla, pues después de saberse engañada ya definitivamente se pone del lado de los niños. Después llega ya el punto culminante de la película, el punto de máxima tensión dramática que llevara al plácido final. Una vez que averiguan el escondite atrapan a los niños y a Wendy y dejan un regalo a Pan que resulta ser una bomba (en la novela son cinco gotas de veneno que echa Garfio en la medicina que le daba Wendy a Peter). Entonces es Campanilla quien le salva en el último momento, ya de la bomba o del veneno, quedando malherida. Pan clama venganza y se lanza contra el Capitán en la que será la última batalla. Quizás lo más significativo de esta lucha final es la derrota de Garfio. Su fin en la película por supuesto sigue en la misma línea y huye cómicamente del cocodrilo junto a Smee, alejándose del barco. En la novela, Barrie nos deja entrever la compleja personalidad de Peter. Después de matar uno a uno a los piratas, lanzando al aire su aquí escalofriante canto del gallo, va a por Garfio dispuesto a la lucha final. Pero el pirata está desconcertado, confuso. El Capitán está aterrorizado. Llega a preguntar a Peter Pan quién es realmente y él solo contesta que la alegría y la juventud en un tono burlón y despreocupado que termina por volver definitivamente loco al Capitán. Ya no puede soportarlo más y acaba por suicidarse tirándose a las fauces del eterno cocodrilo. Luego llega ya, en la versión cinematográfica por supuesto, el final plácido y previsible.

Peter no es ese aventurero que corre junto a los indios y lucha contra los piratas, sino un niño atrapado en su propia imagen, anclado a una inmadurez constante, esa negación a crecer que en el fondo todos nosotros hemos deseado alguna vez. Un Peter andrógino y malencarado, soberbio y cruel con sus enemigos que no acepta que le contradigan. Pero para otros será solo esa imagen inocente del héroe puro, sin fisuras, que Disney nos ha proporcionado. Desde aquí recomiendo fervientemente adentrarse en la novela y descubrir esa otra cara de Peter que Disney no quiso mostrarnos. Y si os pica aún más la curiosidad, intentar leer su anterior versión teatral llamada «Peter Pan o El niño que no quería crecer» estrenada el 27 de diciembre de 1904. Es algo más amarga y oscura que su posterior versión en prosa, de 1911.

Pero no quería terminar este brevísimo ensayo sin mencionar el capítulo final de la historia que Disney no nos enseña. Es un final amargo y hermoso en el que se nos descubre la fragilidad de Peter, una lúcida visión sobre lo que significa crecer y tener que dejar atrás la magia de la infancia. Cuando creíamos en las hadas y luchábamos con los piratas. Todos excepto Peter Pan. Que seguirá volviendo a buscar a Wendy para la limpieza de primavera y después a su hija y después a la hija de su hija mientras, como dice Barrie, «los niños sean alegres, inocentes e insensibles».

[caption id="attachment_226" align="alignnone" width="187"]Peter_Pan_by_EvelMash Ilustración de Evel Mash[/caption]

Bibliografía/Filmografía:

  • Peter Pan, James M. Barrie; Alianza Editorial, 2010

  • Peter Pan o el niño que no quería crecer; Ediciones Siruela, 2005

  • Peter Pan; Walt Disney Company ®, 1953

martes, 6 de agosto de 2013

Rastros de un café

Laura sacudía el sobrecito de azúcar que el camarero había colocado estratégicamente junto a su taza. Miró su reloj mientras disolvía el azúcar en el café; las siete y media. Hacía ya veinte minutos que Paula y Cristina debían estar charlando junto a ella. Seguro que Paula se ha entretenido admirando sus nuevas tetas de caucho, murmuraba mientras dejaba la cucharilla gotear sobre el platillo. Su móvil se estremeció sobre la mesa. Era Cristina. No podía venir. Su hijo Fran volvía a tener anginas. Lo más seguro es que se las extirparan el viernes. El móvil volvió a vibrar dos minutos después. Esta vez era Paula. Sólo envió un escueto mensaje para no tener que dar demasiadas explicaciones.

Laura se había quedado únicamente con su taza de café. Dirigió su mirada hacia el exterior. Comenzaba a llover con fuerza. La gente corría en busca de un lugar donde refugiarse. De repente, la puerta de la cafetería se abrió de golpe. Un joven desaliñado y desgarbado entró tambaleándose hacía el interior. Con un suspiro de alivio pidió una gran taza de chocolate caliente. Laura lo observaba con curiosidad. Aún eran las ocho menos diez. El café se había agotado y lo único que le pedía su cuerpo era una gran taza de ese chocolate caliente.

chocolate a la taza60

miércoles, 17 de julio de 2013

Tsumiki no le (La maison en petits cubes)

[caption id="attachment_191" align="alignnone" width="215"]Cartel del cortometraje Cartel del cortometraje[/caption]

A veces te encuentras con sorpresas inesperadas. Con destellos de sensibilidad, de luz e inteligencia en forma de pieza de animación.


Tsumiki no le (La maison en petits cubes) es una historia aparentemente sencilla e intimista que nos habla de la memoria, de los recuerdos vividos, de la vida en definitiva. Kunio kato, su director, fue el segundo japonés en ganar un Óscar en el 2008 tras la célebre El viaje de Chihiro.  


Funde lo simbólico con lo real, adentrándonos en un mundo onírico y extraño pero familiar a un tiempo. Poco importa qué sucedió y cómo en esa tierra acuática y lejana. Lo que nos atrae es esa figura entrañable e hipnótica que lucha e intenta sobrevivir a pesar de todo, a pesar de ese mar que le va persiguiendo implacable. A ello también ayuda la técnica empleada en la animación, pues kato juega a darle apariencia tradicional, casi como si estuviera echo con planchas una a una, a la antigua usanza, pero que, sin embargo está realizado con las más novedosas herramientas informáticas.


Aquí lo dejo, espero que lo disfrutéis tanto como yo. Y no os asustéis, a pesar del título no está en francés ni en japonés, es un corto sin palabras.






miércoles, 10 de julio de 2013

Última estación

Las sombras se suceden tras los cristales grises. El tren traquetea despacio y monótono. En uno de sus gastados compartimentos dos pétreos viajeros se sientan uno frente al otro. Están completamente solos en todo el vagón. Hace demasiado tiempo que nadie, ni siquiera el revisor, interrumpe el tenso silencio de los pasajeros. Ambos parecen sacados de un mismo molde (traje gris, corbata oscura, maletín de piel y zapatos a juego). Pero el tren se frena bruscamente.


-          Vaya, ¿qué habrá sucedido?

-          Un semáforo en rojo.

-          ¿Tú crees?

-          Intuyo.

El silencio retorna, haciéndose ahora más pesado e ingobernable. El tren, sin embargo, sigue su trayecto sin pausas dramáticas. Uno de los viajeros mira mecánicamente su reloj. Su compañero de vagón clava su mirada en aquel hombre simétrico. Observa sus oscuras cejas, perfectamente niveladas; sus impenetrables pupilas negras; su nariz de corte egipcio; su estirado cuello de jirafa, oculto tras su impoluta camisa. Quedaba poco para llegar a su destino y aquel hombre era lo único que tenía. Abrió su maletín y levantándose con mucha precaución, mostró su contenido a su compañero de viaje.

-          ¡Un Kikirú!

-          ¿Cómo sabes qué es?

Y abriendo su maletín, se levantó con mucha precaución y mostró su contenido.

-          ¡Un Kikirú!

Y el tren, inevitablemente, tuvo que llegar a su destino.

[caption id="" align="alignnone" width="518"] ...[/caption]

martes, 2 de julio de 2013

Escritura

Nunca me he acostumbrado a escribir en el ordenador. Siempre tengo la sensación de que es algo ajeno a mí y no consigo aprehender las palabras. Se quedan atoradas en algún punto inconcreto a la altura de mi esternón izquierdo.

Suelo escribir en pequeños libretas de tapas negras o en cuadernos  de espiral. Salto de una a otra dependiendo de lo que suponga que vaya a escribir. Pero siempre me acompaña una de ellas, casi antes que mi cartera.

Escribo en cafés. En los parques, sobre la hierba, bajo la sombra de un árbol. Escribo sentado o tumbado sobre mi cama. En el tren. En el metro. En los autobuses. Escribo a lápiz en mi libreta de tapas negras. A bolígrafo en los cuadernos de espiral.

Tengo cuadernos más grandes donde escribo mis relatos y mi aún inacabada novela.Tengo un cuaderno que reservé, una vez, solo para poner las ideas de relatos o historias que se me iban ocurriendo. Pero no duró mucho. No suelo escribir con ideas preconcebidas. Tengo otro que comenzó como un "diario intermitente" pero se quedó ahí, agotado y con la mayoría de las páginas en blanco.  Tengo una libreta de tapas negras solo para dibujar en la que intercalo frases y mínimos textos que poco a poco ha ido ganando terreno.

...

Ahora escribo esto en una antigua libreta frente a un café con hielo. Después, en casa, atraparé estas palabras escuchando la radio.

Creo que nunca me acostumbraré a escribir en el ordenador.

 

jueves, 27 de junio de 2013

El círculo infinito

Leí Rayuela quizás hace diez o doce años. Llegué a ella a través de los cuentos de Cortázar. Aquellos relatos me fascinaron tanto que tuve que leer todo lo que hubiera publicado. A cada relato que terminaba de leer, me sobrevenía una sensación de impotencia al saber que jamás podría escribir ni tan siquiera algo parecido. Por fortuna, luego venían a mí mis propias historias y, aunque siempre estarán alejadas, forman parte de mi mundo.


Así, inevitablemente, comencé a leer Rayuela. Lo hice como mandaban los cánones (o Cortazar), o sea, dos veces. Una del capítulo uno al 56 y otra empezar por el capítulo 73 y seguir la pauta marcada que te iba llevando de un capítulo a otro sin que adivinaras muy bien con qué criterios lo hacía. Tiempo después, cuando he ido profundizando en análisis literarios y técnicas narrativas me di cuenta de que fui un lector pasivo, acomodado, que no quiso salirse de lo  "convencional".


En realidad Rayuela tiene tres partes: "Del lado de allá" (lo que sucede en París), "Del lado de acá" (lo que sucede en Buenos Aires) y "De otros lados (Capítulos prescindibles)".  Ya con esta última parte Cortázar nos está invitando a evitar leer esos capítulos y convertir la novela solo en dos partes. Para decirlo de otro modo, nos incita a participar en la "escritura" de la novela. A dejar de ser lectores pasivos, como hasta ese momento se había sido en la gran mayoría de la literatura universal, y conformarnos nosotros mismos nuestra propia lectura. 


De Rayuela se recuerdan fragmentos, sensaciones, asombro. Como ese convertir en objeto sagrado y casi mágico sacrificando un paraguas viejo y roto tirado en una calle, al modo de los objets trouvés surrealistas. O el encontrarse sin buscarse La Maga y Oliveira, pues si no el azar no les encontraba no merecía la pena siquiera estar juntos. O la lluvia y las calles de París, el jazz, el humo, los cafés.


Puede parecer abrumadora, de hecho, confieso que algunas capítulos se me hicieron tediosos y excesivamente disgresivos. Pero a ella hay que adentrarse sin complejos, aletoriamente, como si fuera fragmentos aislados, y dejarse llevar por el ritmo de las palabras y las imágenes.


Y terminar con ese balanceo de atrás hacia adelante en un movimiento perpetuo, en la novela que no es una novela sino todo lo contrario...

lunes, 24 de junio de 2013

Puzzle

Aquella tarde, a la sombra de un café, sucedió algo maravilloso: se enamoraron.

Ella traía la rutina cosida a su sombra y una mirada tan lejana que parecía que ya no podría volver.

Él se refugiaba en tierras imaginadas y le colgaba la desesperanza por sus hombros.

Ella dibujaba mariposas y luciérnagas en el vaho de los cristales y jugaba a que era feliz.

Él ahogaba su timidez con sonrisas y silencios y bisbiseaba poemas de memoria en sus ratos libres.

Ella se fijó en la pajarita de papel que sobresalía de las páginas del libro que estaba leyendo.

Él en su forma de agitar la cucharilla del café.

En el corazón de ambos había un vacío denso  y oscuro. Ella, entonces, atrapó del borde de su corazón la sustancia necesaria para rellenar el hueco de él que, a su vez, atrapó del centro del suyo la sustancia imprescindible para ocupar el de ella.

Pero no encajaron. La sustancia no lograba fusionarse y quedaba como una pieza de puzzle mal colocada. Él, entonces, rescató de nuevo la parte del corazón que ella le había dado y recogió la parte del suyo.

Se sintieron tristes y más desesperanzados que nunca. Pero se encontraron sus miradas y ella, decidida, volvió a rellenar la parte del corazón de él; y él, seguro, lo hizo con el de ella.

viernes, 21 de junio de 2013

"Gentleman Jim", Raymond Briggs (1980)

Jim solo quiere salir de su rutina. Iniciar una nueva vida que le reporte emociones, desafíos, nuevos retos. Y se pone a buscar en el periódico para buscar un nuevo trabajo. Pero todos le piden certificados y títulos. Y a Jim, en su escuela,  no le dieron certificados ni títulos, solo la Biblia y un cachete. Pero Jim no se rinde, y comienza a buscar oficios que sean emocionantes, peligrosos, aventureros...


Quizás sean Jim y su esposa Hilda lo mejor del álbum. Son dos de los personajes más humanos, sencillos y sinceros con los que me he topado a lo largo de mis variadas lecturas. Jim es ingenuo, se diría casi infantil. Sin apenas estudios pero con el sentido común propio de los que ven el mundo sin dobleces. Hilda apoya a su esposo incondicionalmente y le ayuda en sus descabelladas aventuras para ser vaquero o bandolero. Incluso participa de ellas. Pero Jim se encontrará con trabas que le impedirán conseguir sus sueños. Trabas como la burocracia, el dinero, la realidad. Nuestra realidad. Pues es como si Jim y Hilda navegaran por otro mundo. Un mundo enormemente sencillo y, con total seguridad, más feliz. 


Gentleman Jim02


La estructura narrativa de Briggs es progresiva. De buscar trabajos reales, concretos, Jim va fantaseando cada vez con oficios más irreales y fantasiosos, hecho que provocará sus tropiezos y el agridulce final.


Briggs muestra un alarde del dibujo impresionante. Dota a cada elemento de la historia con su estilo adecuado. Así, Jim, Hilda y el mundo que gira sobre ellos (como la dependienta de la librería que guarda para Jim sus "Historias de Aventuras para chicos" preferidos) están dibujados con líneas suaves y redondas, que hace que empaticemos aún más con ellos. No así los que están fuera de ese mundo, que están dibujados con figuras geométricas, sin expresiones faciales, lo que nos provoca una sensación de rigidez que nos hace alejarnos de ellos. A destacar, las Splash-page, propias del cómic de superhéroes, que aquí son un recurso para mostrar las fantasías de Jim. En ellas se observa con claridad el talento como dibujante de Briggs, que se recrea en el dibujo llegando a plasmar con maestría, por ejemplo, la silueta de la Odalisca de Ingres.


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Resumiendo, el álbum me pareció genial. Consigue emocionarnos y sentirnos identificados con la pareja protagonista. Quizás, si hay que ponerle algún pero, se note demasiado el marco simbólico con el que quiere criticar el poder, la burocracia, la autoridad.


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"Gentleman Jim", Raymond Briggs; Astiberri Ediciones, 2008

sábado, 15 de junio de 2013

Café

Escucho "Baby Love" de "The Supremes" en la radio de mi mesilla mientras intento escribir estas líneas. A mis dedos se me vienen imágenes de una pequeña cafetería de barrio donde tomó mi café y mi barrita con tomate cada fin de semana. Se me cruza una sonrisa y un suave y, en apariencia, sedoso cabello largo y negro. Una charla entre compañeros de trabajo sobre tipos de cerveza y ruedas de maquinas pesadas. Ella interviene sobre lo difícil de cambiar una rueda de un tipo de coche determinado que recuerdo con vaguedad. Luego va al baño, apura su zumo de naranja y se despide. Yo la rocé con mi mirada y me sumí de nuevo en mi café.


Eran las once y media de una mañana tranquila y expectante.